martes, 10 de septiembre de 2013

Mi primera cita

Junio de 2012, precisamente un sábado 30. No había salido la noche anterior porque por la mañana me esperaba una cita a las 11 frente al televisor. Sí, parece raro un tipo de cita de esta forma, pero era así. Jugaba mi equipo, jugaba Nueva Chicago. Había pasado la noche pensando y pensado con muchos nervios.

Se enfrentaba Chicago con Chacarita por la promoción. El torito con la ilusión de ascender, los de San Martín con el deseo de no bajar a la b metro.

En el partido de ida había ganado Chicago uno a cero, tenían ventaja, sabía que manteniendo el empate durante los 90 minutos que quedaban por jugarse volvíamos a la categoría de la cual nunca nos tendríamos que haber ido.

Era una mañana nublada, fresca. Había llovido toda la noche y al parecer en buenos aires también. Yo ya estaba preparado frente al televisor, la cábala ya estaba hecha, era una estampita de san expedito arriba de la tele y obviamente la camiseta infaltable sobre el sillón, puesta jamás. Estaba esperando ese pitido tan común cuando arranca el juego, hasta que sonó.

La cancha estaba llena, pero de la hinchada del funebrero, de Chicago nadie. La policía había calificado ese partido como de "alto riesgo", pero seguramente alguno había infiltrado. El encuentro era trabado, típico de la categoría del ascenso. Nadie regalaba nada. Chicago con el empate ascendía, chaca solamente tenía que hacer un gol y se quedaba en la categoría por el denominado según la AFA ventaja deportiva por estar una categoría más arriba, algo que nunca voy a entender. Pasaban los minutos y seguía todo igual, menos mis uñas que iban desapareciendo con los nervios igual que los cigarrillos.

Pasaron los primeros 45 minutos y no habían pasado muchas cosas en el partido, como dije más arriba, nadie regalaba nada. Quedaba todavía el complemento, los últimos 45 más largos de mi vida. Ya estábamos con un pie adentro del nacional, pero me mantenía sin hacerme ilusiones, sabía que en esta última parte del partido los locales iban a salir a jugar con el cuchillo entre los dientes, a meternos abajo de un arco. Comenzó el segundo tiempo, los últimos escalones. Se cumplían cuatro años de estar jugando en la tercera categoría de fútbol.

El partido se había hecho más movido, Chacarita atacaba y Chicago le jugaba de contra. Pero sabía que teníamos una gran carta en la cancha. Teníamos a Cristian Gómez, ese tipo de jugadores que te hacen la diferencia. Usan la cabeza y ponen la pausa. Pasaba el tiempo y estaba todo igual, salvo con un poco más de jugadas hasta que llegaron los 39 minutos y en una jugada de contra de Chicago y de la mano de Scifo y el tanque Carboni pusieron el uno a cero. La cancha se venía abajo, pero de amargura. Yo salté del sillón gritando ese gol como si fuera la final del mundo. Chicago estaba ascendiendo y al mismo tiempo hundiendo a Chacarita. Estábamos 2 a 0 contando los 90 de la ida. A partir de ahí los locales empezaron a inclinar la cancha. Les quedaban 5 minutos más el tiempo de recupero para hacer 2 goles, hasta que llegó el primero de ellos. 43 minutos pelota bollando en el área de Chicago y Tellas puso el 1 a 1. Ahora si sabía que se nos iban a venir con todo.

Un gol más de ellos y nos arruinaban todo. El árbitro adicionó cinco más de juego, una eternidad. A partir de ahí solamente quedada rezar para que no pase nada raro.

Lo que vendría ahora no lo hubiera pensado ni un director de cine de Hollywood. Iban 49 minutos, solo quedaban 60 segundos para que termine todo y Chicago directo al nacional, pero en un centro desde la izquierda en el área del torito y un mal rechazo la pelota le quedó a Jorge Piris, que con una volea potente le dio en el brazo del defensor de Chicago Leandro Testa y el árbitro cobró penal. Dije que no se le ocurriría a ningún director de cine porque estás cosas solo pasan en el fútbol, este deporte tan lindo y tan impredecible.

Pero no la estaba pasando bien, sentía que se derrumbaba una ilusión, un año de trabajo tirado a la basura. La cancha era todo lo contrario, una fiesta. Los que parecían estar muertos revivieron.

No había tiempo para más, se pateaba el penal y terminaba el partido, no había posibilidad de sacar del medio y que sea lo que dios quiera, se pateaba y listo. Los jugadores de Chicago lloraban.

El cinco de ellos tomó la pelota. Iba a ser el encargado de ser el héroe o al que la hinchada iba a putearlo durante años si no lo hacía, igual que nuestro arquero, héroe si lo atajaba. Yo decidí no mirarlo, me di vuelta y que sea lo que sea. Escuché la orden, el pitido para ejecutar ese maldito penal, crucé los dedos. De repente escuché como la pelota golpeaba de lleno en el guante del arquero y al relator diciendo que lo había atajado. Sí, Daniel Monllor estaba siendo el héroe, el encargado de devolvernos al nacional. Yo no lo podía creer, estaba nervioso, me pellizcaba para saber si era verdad. En la cancha se veía un clima nunca visto, los que hace un rato estaban felices, estaban llorando de nuevo y a los que se les estaba cayendo una ilusión de la mano, la pudieron manotear a tiempo.



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